A mediados del siglo XIX el telégrafo era técnicamente una realidad: ya se podían emitir alrededor de 150 palabras por hora. Sin embargo, todavía los medios masivos de comunicación no parecían entender la importancia de este nuevo recurso que iba a acercar naciones y continentes. Un importante financista, Cyrus W. Field, comenzó a interesarse en la posibilidad de comunicar a América con Europa a través del tendido de un cable submarino. En 1857 se realizó el primer experimento, que fracasó cuando ya se estaba muy cerca de la meta: el cable se cortó y se perdieron 564 kilómetros de hilo en el mar. Al año siguiente, un segundo intento también terminó en fracaso. Por fin, en septiembre de ese mismo año, lo que parecía una empresa delirante se convirtió en triunfo, y el cable unió los dos continentes.