Tempo

Redacción JT
28 abril 2025 | 0 |

Por Luis Manuel Sánchez Benítez/Ilustraciones: Patricia Curiel Pardo


Moderato

Mis padres me contaban historias antes de dormir, leyendas de antaño, donde la música no estaba prohibida, ni los bailes, ni los libros. No eran ilegales las religiones, ni la ciencia. Sin embargo, no todo era color de rosa, había guerras, sistemas políticos y lucha de clases: inconvenientes que se erradicaron en nuestro mundo actual; no es necesaria la búsqueda insaciable de poder, ni mucho menos la búsqueda de la verdad…

La verdad te destruye por dentro, no es bueno buscar la verdad —repetía una y otra vez, como un disco rayado, mi compañero de celda. Llevaba tres años en el Centro de Rehabilitación del Pensamiento, pasado ese plazo dejó de ser una persona. Repetía sin razonar todo lo que le inyectaron en su mente. Todos los que estamos aquí nos volveremos como él en algún momento.

Presto

—Señor Di Fiore, le ruego que colabore con nosotros —indicó un agente del Conocimiento—. Si nos dice todo lo que sabe, el Gran Pensador le sabrá recompensar debidamente.

Estaba rodeado de muchos agentes, todos títeres de un ser superior que tenía el control de todo, anhelaba purgar al mundo de vicios y pecados, y veía corrupción en todos lados, menos en él.

El agente sentado frente a mí, movía sus dedos y tocaba la mesa cual piano imaginario… pude identificar la pieza.

Allegro

Recuerdo el momento en el que la música se volvió parte de mí. Yo era un completo ignorante, o al menos eso supe cuando conocí al profesor; él y mis padres tenían un piano escondido en el sótano. Los tres eran miembros de la resistencia en contra de la dictadura del Gran Pensador. El profesor decidió enseñarme todo lo que sabía cuando descubrió mi afinidad por la música: yo desconocía el significado de esta palabra, no viene en el diccionario.

—La música, es el arte de saber combinar los sonidos con el tiempo —explicó mi instructor.

Era un genio, alegría rebosaba cuando acariciaba las teclas de aquel instrumento, uno de los pocos que quedaban. Me sentía afortunado de poder contemplar aquel espectáculo. Yo no supe aprovechar las oportunidades, era inmaduro, a veces no estudiaba la lección. Me arrepiento de no haber aprovechado al máximo cada segundo.

—Tienes talento, pero eso no es suficiente para llevar a cabo la difícil misión de ser músico. Tienes que estudiar. —Fue uno de los últimos consejos que recibí de él—. Busca un motivo, una inspiración y alguien que te ayude a edificar a la persona en la que te quieres convertir.

La música estaba prohibida, pero gracias al maestro, mi vida por primera vez adquirió banda sonora.

Adagio

La rutina de todos los días era la misma. Despertar en una celda estrecha donde no llega ni un ápice de luz. Desayunar, almorzar y cenar los mismos medicamentos y nutrientes que corrigen los errores en nuestra forma de pensar. Ver las mismas conferencias de corrección todos los días por la tarde, y lo más importante de todo, recibir la inyección de las ideas, era una tortura, nos mostraban nuestros mayores miedos, invadían nuestra mente y robaban nuestros recuerdos.

Sabía que perdería mi memoria paulatinamente, por lo que decidí anotar todo en un cuadernillo antes de que se me olvidara. Me lo regaló una joven, su cara me resultaba familiar… pero no lograba recordar quien era.

Vivace

Ella era luz sublime, la estrella de una orquesta clandestina que rescataba los clásicos perdidos. Cuando conocí a Annette, la violinista de aquel conjunto, me enamoré a primera vista. Era la artista que encendía la música de mi vida, la inspiración que mi maestro deseaba para mí.

Un día fatídico no la volví a ver, desapareció sin dejar rastro. Después de semanas buscando su paradero supe la verdad: Los agentes del conocimiento entraron al local clandestino donde residía la orquesta y se los llevaron a todos. Un miembro de la banda había dado el chivatazo, era un agente encubierto.

Andante

Recordé de repente una canción, aquel agente sentado frente a mí movía sus dedos, simulando reproducirla en un piano imaginario. ¡Era un código! El profesor y yo lo usábamos para encriptar mensajes.

Era raro… no podía recordar el rostro del profesor, ni de mis padres, ni de Annette. Con un poco de suerte recuerdo tocar el piano y también…

…interpretar códigos encriptados.

Grave

El profesor se había hecho pasar por un agente del conocimiento. Con su ayuda logré infiltrarme en el Centro de Rehabilitación del Pensamiento para rescatar a Annette. Sabía que mis recuerdos serían borrados, así que utilicé el código Tempo para recuperarlos, sin embargo, algo salió fuera de lo previsto.

Ese día estaban en la cámara de corrección, el agente infiltrado y la joven que me dio el cuadernillo: El profesor y Annette. Pude reconocerlos. Me alegré unos instantes al verlos otra vez.

—Agradezco todo lo que has hecho por mí, Di Fiore —dijo Annette—. Me has regalado todos tus recuerdos, gracias a ellos hemos podido localizar el escondite secreto de tu familia. Gracias a ti encontramos al espía en la agencia del conocimiento.

Entonces entendí todo, ella había sido el topo de su orquesta.

Annette nos ponía la inyección de las ideas en nuestro cuello, mientras repetía una y otra vez como un disco rayado: Digan conmigo: La música nos destruye por dentro, no es buena la música.

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