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Fábula de la disrupción de la disrupción

Redacción JT
28 abril 2025 | 0 |

Dicen que cuando la economía de China estornuda, todo el planeta está agripado. Y podría afirmarse que cuando el gigante asiático saca una innovación vanguardista, los centros de poder financieros y científicos tiemblan. No es para menos: de las algo más de 40 decisivas tecnologías de punta identificadas, los milenarios inventores de la pólvora tienen liderazgo en la investigación dentro de casi todas estas.

Un viejo sueño terrícola ha sido replicar, incluso superar artificialmente, la inteligencia humana. Solo era imaginable esto en poder de presuntas fuerzas extraterrestres, pero no nos transferían el know-how. Con semejante limitante, las mentes más febriles del planeta no se amilanaron y prefirieron dedicar los últimos 70 años a pensar cómo lograr ese anhelo. ¿Acaso será mucho pedir, si ya somos capaces de husmear desde la extroversión del universo hasta la introspección de la célula?

Ambicionar demasiado puede asustar hasta al camarón encantado, pero es un derecho como especie, si de civilización hablamos. Nada nos enorgullece más que nuestra inteligencia; ni siquiera le hace sombra el bipedismo, ya superado por prodigiosos automóviles contaminadores.

Justo cuando nos faltaban unas pocas décadas para lograr la inteligencia artificial siguiendo una línea de pensamiento tradicional, una tecnología disruptiva, ChatGPT, vino a encender una nueva chispa generadora para ponernos más cerca nuestra aspiración de raciocinio electrónico.

Vaya arte el de nombrar las cosas con términos llamativos. Hoy llaman “tecnología disruptiva” a esa innovación que altera significativamente las industrias y mercados establecidos, y crea nuevos sectores y modelos de negocio. A la vez, cambia radicalmente la forma en que se estructura el mercado y cómo se consumen sus productos y servicios.

Si no se nota aún la diferencia, observemos que una peculiaridad de este tipo de innovación es que sucede de un momento para otro, de manera radical y sin previo aviso. Es decir, rompe o irrumpe de forma brusca. Así de pronto, zas, como si respondiera a la señal dada por un chasquido de dedos. De ahí que los puristas cervantinos hayan tenido que digerir en seco la palabreja “disrupción”, tomada en préstamo del francés, una vez montada sobre los rieles del inglés, como rotura o interrupción brusca.

Rompiendo esquemas, pues, llegó a finales de 2022 ChatGPT (acrónimo de Chat Generative Pre Trained Transformer), una aplicación plurilingüe de inteligencia artificial, desarrollada por los geniecillos de OpenAI con los códigos del lenguaje de programación Python.

Hablamos de un chatbot, de un modelo de lenguaje especializado en el diálogo, como si la sabiduría y reflexiones de nuestros abuelos la obtuviéramos sentados en el piso en un juego conversacional, pero utilizándose todo conocimiento y experiencia acumulados en el jolongo de la historia universal y de todas las especialidades atesoradas bit a bit.

Como nunca antes, el chatbot se autoajusta con técnicas de aprendizaje supervisadas y de refuerzo, y goza de capacidad para comprender textos complejos y adaptarse a distintos tipos de conversaciones. Vamos… cómo genera respuestas más coherentes y relevantes, realmente escandaliza.

Al fin nos sentimos bastante cerca de alcanzar los viejos deseos de tener un paje que nos auxilie en el proceso de crear, con bajo margen de error. Pero conseguirlo exige cuantiosos recursos e infraestructuras, un descomunal gasto energético e, incluso, gran caballerosidad ética. Las oportunidades no son para todos; aun así, ningún gobierno o sociedad ha desestimado apostar a la inteligencia artificial con las fichas que tengan.

Hasta que, justo cuando el flamante presidente estadounidense Donald Trump puso sobre la mesa una billonaria bolsa ­­–la más grande vista con fines de asir por el mango dicha tecnología–, una modesta empresa china sacó a la luz una nueva aplicación con iguales resultados a ChatGPT, si no superiores. Los mercados se estremecieron, algunos pesos pesados de la industria se agriparon, los políticos se engrifaron y los memes se mofaron de los desarrolladores occidentales, en particular de los europeos.

La china Deepseek, que ha mostrado una gran capacidad de versionar mejoras constantemente, para lograr su éxito decidió tomar un atajo con una nueva disrupción. Con apenas un puñado de millones de dólares y sorteando el embargo a su país de los microprocesadores estadounidenses, demostró que las reservas de ingenio pueden ser más poderosas. Y así se pavonea, si bien puede esperarse que sea superada por los colmillos de los grandes… hasta que aparezca una nueva disrupción consolidada por las experiencias ganadas, algo que no parece fácil, pero sí ya posible.

Vaya moraleja que deja al mundo y, sobre todo, para la hostigada ciencia cubana: en tiempos de tantas dentelladas, tal vez la mejor estrategia no sea precisamente andar disciplinadamente sobre el empedrado que ha sido impuesto en un camino recién abierto, sino intentar descubrir con inteligencia natural un sendero mediante la disrupción de la disrupción.

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